Las Rojas creemos que hay que devolver el feminismo a las mujeres. Es necesario volver a poner en pie un movimiento de mujeres, capaz de luchar en las calles para conquistar nuestras reivindicaciones y también capaz de cuestionar todas las relaciones sociales de opresión y explotación. Las Rojas nos inscribimos en el feminismo socialista, que tiene una larga historia y, siempre ligado a los movimientos de lucha de las mujeres por sus derechos, impulsó la participación de las mujeres en todas las luchas sociales y cuestionó y cuestiona no sólo tal o cual aspecto de la situación femenina sino todas las relaciones sociales capitalistas patriarcales. Pero el feminismo está cruzado por debates y corrientes con distintas posiciones teóricas, políticas y estratégicas. Desde las que plantean que es posible reformar al capitalismo, retocando aquí o allá la democracia burguesa para lograr la igualdad entre mujeres y varones; las que no se consideran feministas pero actúan dentro del movimiento de mujeres, y las que planteamos que es necesario terminar con el sistema capitalista para conseguir la liberación del género femenino.
Feminismo institucional – teoría queer y adaptación
El feminismo institucional es aquel que se ha acomodado en puestos de gobierno, ámbitos académicos y ONGs, muchas de ellas subvencionadas por organismos internacionales de crédito. Se trata del viejo feminismo que fue derrotado en los años ’80 y que en lugar de mantenerse contra la corriente del “fin de la historia” que reinó en los ’90, encontró un nicho de subsistencia asesorando a gobiernos y cumbres del imperialismo. Esta corriente plantea que lo posible es reformar al sistema capitalista, porque el patriarcado es definido como una desigual distribución de poder entre hombres y mujeres. Habría un “techo de cristal” (el patriarcado) que impide a las mujeres tener el mismo estatus que los varones. Entonces, de lo que se trata es de luchar por aumentar la representación política de las mujeres, conseguir que más mujeres lleguen a altos puestos en empresas y gobiernos. En estos análisis se sostiene que la pobreza y la exclusión que afectan a millones de mujeres se podrían ir resolviendo con “políticas activas” a través de lo que llaman el “empoderamiento” de las mujeres. Las acciones que propone este feminismo consisten en negociar con funcionarios y parlamentarios para ver si por los “intersticios del sistema” se puede colar algún beneficio para las mujeres; su máximo logro ha sido el cupo femenino. Una estrategia, además, reaccionaria: hay una mujer presidenta en la Argentina que está contra el derecho al aborto, mujeres soldados en Irak que masacran a mujeres, hombres y niños, ministras israelíes que siguen con la política de eliminar a la población palestina. Una estrategia que conduce a desarmar el potencial revolucionario de miles de mujeres en las calles luchando por sus derechos.
Por su lado, la teoría queer, surgida de las universidades norteamericanas, cobró fuerza con el retroceso del feminismo de los ’80 y se presenta como la superación del feminismo, por eso también es llamado posfeminismo. Acorde con las modas intelectuales del “fin de la historia” (fin de la lucha de clases), el fin de los grandes relatos (cuestionamiento del socialismo como alternativa al capitalismo) y el fin de los sujetos (muerte de la clase obrera), considera que el patriarcado se reduce a la heteronormatividad. En estas posiciones, ser mujer o ser varón es una construcción ideal que cada sujeto decide asumir. Así las mujeres heterosexuales somos consideradas como parte de los dos polos de la opresión heterosexual y el programa es la disidencia sexual. Aunque la teoría queer intenta separarse del feminismo anterior, comparte un punto fundamental: es una teoría que no cuestiona las relaciones sociales capitalistas de conjunto, sino que plantea que es posible subvertir individualmente las imposiciones sexuales dentro del sistema. (Ver “La política trans y el feminismo sin mujeres”).
Coherentemente con la adaptación al sistema, muchas de estas feministas y posfeministas expresan un profundo desprecio hacia las organizaciones de trabajadores y trabajadoras, como los partidos de izquierda. Cualquier posición política que venga desde las militantes de izquierda es arbitrariamente descalificada como patriarcal. Aunque no consideran patriarcal tratar de negociar con los parlamentarios del régimen. En definitiva, es un feminismo de la adaptación al sistema capitalista, convertido en politiquería de pasillo, pero con mucho espacio en los medios masivos de comunicación (¡qué casualidad!).
La izquierda y el cuco feminista
La mayoría de los partidos de izquierda tiene dificultades a la hora de autodefinirse como feminista. Se toma la reivindicación del aborto, la lucha contra la trata de mujeres o la equiparación salarial, como si se tratara de campañas aisladas. Además, de ninguna manera se llevan los reclamos de las mujeres a la clase trabajadora. De esta manera se separan las luchas de las mujeres del programa general por la emancipación del conjunto de la sociedad. Esto tiene que ver con un temor reaccionario a aparecer como antihombres o asumir posiciones que puedan parecer chocantes para la conciencia actual de la clase trabajadora. En los materiales y periódicos casi nunca aparece la crítica a la familia patriarcal burguesa. En definitiva, es una concepción que parte de una incomprensión profunda al equiparar feminismo con lucha exclusivamente de mujeres. La lucha feminista no se trata sólo de reivindicaciones femeninas, sino de luchar contra el patriarcado capitalista como conjunto de relaciones que oprimen a toda la humanidad pero fundamentalmente a la mitad de la especie. Es tarea de las y los revolucionarios batallar para que la clase trabajadora tome también las reivindicaciones de las mujeres como parte de su propia emancipación.
La experiencia histórica de la Revolución Rusa y la posterior contrarrevolución estalinista demostraron la importancia y la especificidad de la lucha antipatriarcal. Si no se adopta el feminismo, se ignora la existencia del patriarcado y se reduce la opresión de la mujer a un derivado de la explotación.
La estrategia feminista socialista
El patriarcado implica que la dominación de las mujeres por los hombres constituye un sistema, una relación social que se vuelve orgánica. Y es muy anterior a la aparición del capitalismo. La primera división social fue la división sexual del trabajo, que con la aparición de la propiedad privada pasó de ser una división cooperativa basada en condiciones físicas a convertirse en una división opresiva. Históricamente, la aparición del patriarcado está ligada a la aparición de la propiedad privada, es decir a la apropiación por parte de un sector social sobre el producto del trabajo de otras y otros. Engels llamó al patriarcado la derrota histórica del sexo femenino. Desde entonces, el patriarcado sobrevivió a todas las sociedades. Donde hay un sector social que vive del trabajo ajeno, existe también el patriarcado. Esto denota la unidad dialéctica entre las relaciones de explotación y las de opresión, las relaciones de unidad y a la vez de especificidad entre una y otra problemática.
Ver sólo al patriarcado o sólo al capitalismo es desconocer que ambos son solidarios entre sí, ya que las mujeres estamos obligadas a realizar una serie de tareas que no entran en la esfera de la producción capitalista, pero que son necesarias para su funcionamiento. Todo el trabajo realizado en el ámbito de lo privado lo resolvemos las mujeres como género (sin olvidar que las burguesas explotan a otras mujeres) en el ámbito de la familia, y esta es la base material de la opresión de las mujeres. Para esto, el patriarcado ha creado toda una serie de dispositivos y atributos supuestamente naturales para mantener a las mujeres en esa opresión: las mujeres seríamos naturalmente cuidadoras, pacíficas, sumisas y maternales. La presión sobre las mujeres a considerar que la maternidad es el destino más perfecto y la familia nuestro objetivo en la vida, se vuelve profundamente opresivo sobre la sexualidad, la subjetividad y la vida toda de las mujeres.
Las clases y los géneros tienen que desaparecer. Pero bajo el capitalismo, esto une y no puede dejar de unir la lucha contra la opresión de la mujer al destino histórico de la clase obrera, terminar con la explotación capitalista y construir el socialismo.
Hay una rebeldía primaria contra las miserias de la vida, por condiciones mínimas para una vida mejor, como la lucha por no morir por aborto clandestino, por conseguir trabajo y por aumento de salario. Al mismo tiempo, una lucha feminista que sea verdaderamente revolucionaria se plantea en todos los órdenes de la vida, en el combate frontal contra el sistema que es capitalista y es patriarcal: para terminar con el hecho de que la mayoría trabaja, vive y muere para disfrute de unos pocos ricos. Y para que las mujeres no seamos más simple objeto de satisfacción de las necesidades masculinas. Las feministas socialistas peleamos entonces por construir un movimiento de mujeres anticapitalista y antipatriarcal, independiente del Estado y de todo sector patronal, capaz de levantarse y luchar en las calles por sus derechos y por revolucionar todas las relaciones sociales.